30. LA VEJEZ NIVELADORA: La virtud de la impotencia

30.04.2025

V.—La virtud de la impotencia.

Será verdad lo que se afirma desde Lucrecio y Montaigne hasta Ribot y Ostwald; pero los viejos no renunciarán á sus protestas contra los jóvenes, ni éstos acatarán en silencio la hegemonía de las canas.

Los viejos olvidan que fueron jóvenes y éstos parecen ignorar que serán viejos: el camino á recorrer es siempre el mismo, de la originalidad á la mediocridad, y de ésta á la inferioridad mental.

¿Cómo sorprendernos, entonces, de que los jóvenes revolucionarios terminen siendo viejos conservadores? ¿Y qué de extraño en la conversión religiosa de los ateos llegados á la vejez? ¿Cómo podría el hombre, activo y emprendedor á los treinta años, no ser apático y prudente á los ochenta? ¿Cómo asombrarnos de que la vejez nos haga avaros, misántropos, regañones, cuando nos va entorpeciendo paulatinamente los sentidos y la inteligencia, como si una mano misteriosa fuera cerrando una por una todas las ventanas entreabiertas frente á la realidad que nos rodea?

La ley es dura, pero es ley. Nacer y morir son los términos inviolables de la vida; ella nos dice con voz firme que lo normal no es nacer ni morir en la plenitud de nuestras funciones. Nacemos para crecer; envejecemos para morir. Todo lo que la Naturaleza nos ofrece para el crecimiento, nos lo sustrae preparando la muerte.

Sin embargo, los viejos protestan de que no se les respeta bastante, mientras los jóvenes se desesperan por lo excesivo de ese respeto. La historia es de todos los tiempos. Cicerón escribió su De Senectute con el mismo espíritu con que hoy Faguet escribe ciertas páginas de su ensayo sobre La Vieillesse. Aquél se quejaba de que los viejos fueran poco respetados en el imperio; éste se queja de que lo sean menos en la democracia. Asombran las palabras de Faguet cuando afirma que los viejos no son escuchados, pretendiendo ver en ello la negación de una competencia más. Alega que en los pueblos primitivos, como hoy entre los salvajes, son los viejos los que gobiernan: la gerontocracia se explica donde no hay más ciencia que la experiencia y los viejos lo saben todo, pues cualquier caso nuevo les resulta conocido por haber visto muchos similares. Dice Faguet que el libro, puesto en manos de los jóvenes, es el enemigo de la experiencia que monopolizan los viejos. Y se desespera porque el viejo ha caído en ridículo, aunque comete la imprudencia de juzgarle con verdad: convenons de bonne grâce qu'il prête à cela; il est entêté, il est maniaque, il est verbeux, il est conteur, il est ennuyeux, il est grondeur et son aspect est désagréable: ningún joven ha escrito una silueta más sintética que esa, incluida en su volumen sobre el culto de la incompetencia.

Faguet opina que el viejo está desterrado de las mediocracias contemporáneas. Grave error, que sólo prueba su vejez.

Toda democracia es propicia á la mediocridad y enemiga de cualquier excelencia individual; por eso los jóvenes originales no participan del gobierno hasta que hayan perdido su arista propia. La vejez los nivela, rebajándolos hasta los modos de pensar y sentir que son comunes á su grupo social. Por esto las funciones directivas han sido en toda época patrimonio de la edad madura; la «opinión pública» de los pueblos, de las clases ó de los partidos, suele encontrar en los hombres que fueron superiores y empiezan ya á decaer el exponente más inequívoco de su mediocridad. En la juventud, son considerados peligrosos. Mientras el individuo superior piensa con su propia cabeza, no puede pensar con la cabeza de la sociedad.

No hay, pues, la falta de respeto que, en sus vejeces respectivas, señalaron Platón, Aristóteles y Montesquieu, antes que Faguet. Afirmar que por el camino de la vejez se llega á la mediocridad es la aplicación simple de un principio regresivo que rige á todos los organismos vivos y los prepara á la muerte. ¿Por qué extrañarnos de esa decadencia mental si estamos acostumbrados á ver desteñir las hojas y deshojarse los árboles cuando el otoño llega perseguido por el invierno?

Admiremos á los viejos por las superioridades que hayan poseído en la juventud. No incurramos en la simpleza de esperar una vejez santa, heroica ó genial tras una juventud equívoca, mansa y opaca; la vejez siega todas las originalidades con su hoz niveladora. Esos mediocres representativos, que ascienden al gobierno y á las dignidades después de haber pasado sus mejores años en la inercia ó en la orgía, en el tapete verde ó entre rameras, en la expectativa apática ó en la resignación humillada, sin una palabra viril y sin un gesto altivo, esquivando la lucha, temiendo los adversarios, y renunciando los peligros, no merecen la confianza de sus contemporáneos ni tienen derecho de catonizar. Sus palabras grandilocuentes parecen pronunciadas en falsete y mueven á risa. Los hombres de carácter elevado no hacen á la vida la injuria de malgastar su juventud, ni confían á la incertidumbre de las canas la iniciación de obras que sólo pueden concebir las mentes frescas y realizar los brazos viriles.

La experiencia complica la tontería de los mediocres, pero no puede convertirlos en genios; la vejez no abuena al perverso, lo torna inútil para el mal. El diablo no sabe más por viejo que por diablo. Si se arrepiente no es por santidad, sino por impotencia. (Seguir leyendo)