O5. Los valores literarios / Azorín / Heine y Cervantes

16.06.2025

Una excelente revista—Hispania—que, en lengua castellana, aparece en Londres, ha publicado, no hace mucho, el estudio de Heine sobre el Quijote. La traducción la ha hecho un distinguido escritor americano: D. S. Restrepo. Lo traducido ahora, estaba ya traducido en España; ignoramos si el señor Restrepo tenía conocimiento de esta traducción. Aludimos á la publicada en la Revista Contemporánea correspondiente al 30 de Septiembre de 1877. El autor de esta traducción es el delicado poeta Augusto Ferrán. En 1837 Enrique Heine escribió un prólogo para una traducción alemana del Quijote; «escrito en París durante el Carnaval de 1837», dice la fecha de esas páginas del poeta; no es baladí consignar ese detalle, al parecer nimio, pero interesante, de las circunstancias—algunas circunstancias, desde luego—en que Heine meditó y redactó su proemio á la gran novela. Los traductores españoles lo han desdeñado: Larra—que veía trágicamente el Carnaval—hubiera tenido muy en cuenta este significativo pormenor; significativo tratándose de un libro también cómico en la apariencia, pero asimismo trágico en el fondo.

La edición del Quijote con proemio de Heine se publicó en Stuttgart el año citado más arriba. No conocemos el original alemán de la obra del poeta; la hemos leído en una edición francesa; incluída va en el volumen que figura en las Obras completas de Heine con el título de De tout un peu; hizo esa edición Michel Levy, y la tirada que tenemos á la vista es de 1867. Algo importante encontramos en la advertencia que el editor pone al frente del volumen citado. Hablando del estudio de Heine sobre el Quijote se dice lo siguiente: «Heine se ha mostrado severo, en su correspondencia, con su Introducción al Quijote, que fué publicada en 1837 y que nosotros hemos incluído entre sus fragmentos de crítica literaria. El lector seguramente no participará sino á medias de ese juicio del poeta sobre uno de esos escritos; juicio que hubiera sido menos duro, probablemente, si no se hubiera tratado en este caso de consolar á su editor ordinario de Hamburgo de haberle visto á él, Heine, aceptar para este trabajo los ofrecimientos de otro editor de la Alemania meridional.» Pequeño, pero curioso problema de psicología literaria es éste; ante todo, ni enteramente ni á medias—como dicen los editores parisienses—aceptamos el juicio de Heine sobre su trabajo cervantista; luego habría que ver los pasajes de las cartas de Heine en que este habla del asunto; finalmente, es verosímil, aunque parezca extraño, el motivo que se alega para la autodepreciación citada. Dejemos simplemente consignadas estas observaciones.

No solamente no aceptamos á medias el juicio de Heine, sino que, lejos de ello, tenemos las páginas escritas por el poeta acerca del Quijote como lo más bello, fundamental y sentido que jamás se haya escrito. Siendo el Quijote una obra universal, no es mucho lo que de un modo original y emocionador se ha dicho del gran libro. ¿Cuántos son los grandes espíritus que han hablado del Quijote? Estudios largos, detenidos, podemos contar muy pocos; incidentalmente han hablado del Quijote elevados ingenios de todos los países; son alusiones, indicaciones rápidas, frases sueltas, no otra cosa. Así han hablado Rousseau, La Fontaine, Víctor Hugo, Tourgueneff, Flaubert (éste, cuatro líneas, dedicadas á Sancho Panza, en su brevísimo estudio sobre Rabelais). «Mil veces—ha escrito Clarín en sus Notas sueltas sobre el Quijote—, mil veces, leyendo á mis filósofos, sabios, poetas y novelistas favoritos, de extrañas tierras, he pensado: ¡Qué lástima que este espíritu no hubiese penetrado y recordado bien el de Cervantes! La cita del Quijote estaba muchas veces indicada... y no venía. En Carlyle, en Renán, por ejemplo, ¡cuántas veces la asociación de ideas llamaba al ingenioso hidalgo... y no venía!»

En las páginas de Heine se contienen muchos de los más importantes puntos de vista que modernamente se habían de adoptar respecto á la novela de Cervantes. Algunas de estas ideas, si no han sido originales de Heine, al menos, la fuerza, la plasticidad, la emoción del poeta las ha dado relieve extraordinario y las ha lanzado, desde la penumbra, á plena y viva luz. No es inútil advertir que al hablar de tales puntos de vista no nos referimos á triquiñuelas, fruslerías y minucias de erudición; de lo que aquí se trata es de la interpretación psicológica, ideal, sentimental del Quijote, cosa de que nuestros eruditos no tienen idea, ó á la cual conceden un valor muy secundario. Indicaremos algunas de estas ideas que á Heine se deben; hoy las opiniones del poeta se han convertido ya en tópicos corrientes.

Hablando el poeta de la impresión que causaba en él la lectura del Quijote, escribe: «Despreciábamos el bajo populacho que atacaba cobardemente al héroe á estacazos; pero mucho mayor era nuestro desprecio para el alto populacho que, vestido con trajes de seda, hablando escogido lenguaje y adornado con un título ducal, se mofaba de un hombre que le sobrepujaba en nobleza y en ingenio». (Todavía al presente se elogia la caballerosidad y la cortesía de los duques con Don Quijote. Hay comentaristas para todo.) El poeta ha hecho resaltar también las diversas impresiones que, según la edad—es decir, según la evolución de la sensibilidad á través de los años—, va produciendo la novela en los lectores. «Cada lustro de mi vida—escribe Heine—he releído Don Quijote con impresiones alternativamente diferentes.» El poeta, en un momento determinado de su vida, creía que lo ridículo del quijotismo procedía de querer introducir en la vida, en contradicción con la realidad presente, un pasado desaparecido definitivamente. (En el Quijote, el pasado legendario y heroico.) «¡Ay!—exclama Heine—; yo he aprendido después que es una tan amarga locura el querer introducir demasiado pronto el porvenir en el presente, cuando, en un combate análogo contra los rudos intereses del día, no se posee sino un caballejo, una débil armadura y un cuerpo no menos frágil.» (Pensamiento profundo; pensamiento en que se revela la analogía entre Heine y el Quijote; no decimos Don Quijote porque queremos comprender en la comparación tanto al caballero como á su edecán. Heine osciló siempre, trágicamente, entre la añoranza del pasado y el anhelo de lo porvenir. Este conflicto íntimo—que se da en muchos espíritus—es lo que marca la característica del poeta y determina su romanticismo especial. Léase á este propósito el estudio dedicado á Heine por el original pensador francés Jules de Gaultier; estudio publicado primitivamente en la Revue des Idées y recogido después, según creemos, en alguno de los últimos libros del autor.)

Cervantes—prosigue Heine—era un hombre de una intuición profunda; calaba en el fondo de las gentes que le rodeaban. Sin quererlo él, su superioridad resaltaba por encima de sus coetáneos, de las personas á quienes trataba, con quienes convivía. «¿Qué de extraño tiene que Cervantes se haya enajenado así muchas simpatías y que en su carrera terrestre no haya encontrado sino mediocres apoyos?» «Cervantes amaba la música, las flores y las mujeres»—escribe poco más lejos Heine, románticamente. (Pasemos sobre esta indicación del poeta; es posible que Cervantes amara las flores; es posible que, como el Greco, amara la música... Pero todo esto es escenografía del poeta.) En las novelas precervantinas, en los primitivos libros de caballerías, todo estaba idealizado, alambicado, y la cotidiana realidad no parecía por ninguna parte. «En ningún lado, rastro de pueblo.» Cervantes destruye el viejo y artificioso idealismo y funda otro nuevo basado en la realidad. «Así proceden siempre los grandes poetas; al mismo tiempo que destruyen lo que es viejo, fundan algo que es nuevo; no niegan jamás sin afirmar á la par alguna cosa.» «Cervantes crea la novela moderna al introducir en la novela caballeresca la descripción fiel de las clases inferiores, al mezclar en ella la vida popular.»

Cervantes y Goethe se asemejan. Goethe recuerda á Cervantes hasta en las particularidades del estilo, en «esa prosa fácil, coloreada de la más dulce y más inocente ironía». (Sí; dulce é inocente... cuando es inocente y dulce. Dulce é inocente en un sentido superior, elevado: en el sentido de la inefable indulgencia, de la suprema comprensión de las cosas que se desprende de la obra de Cervantes como de la de Goethe.) «Cervantes y Goethe se parecen aun por sus defectos, por la prolijidad de sus discursos, por esos largos períodos que encontramos frecuentemente en ellos, comparables á un cortejo de gentes regias.» No se encuentra á menudo en tales períodos sino un solo pensamiento, grave, lento; pero «esa sola idea es siempre trascendental, considerable; es como el soberano de esa cohorte».

No queremos apuntar los demás puntos de vista del trabajo de Heine. Popularísimos han llegado á ser todos; salidos de la pluma del poeta, se han desparramado por el mundo, y hoy, acá y allá, de cuando en cuando, los tropezamos, manoseados, viejecitos, valetudinarios, sin el brío y el fuego que les prestara el poeta, en artículos periodísticos y peroratas académicas. Agradezcamos al gran poeta (hoy perseguido en su patria, donde no tiene un solo busto); agradezcamos al poeta estas maravillosas páginas que él, sobre el más alto libro tragicómico, escribió en 1837, durante el Carnaval, la época—¡oh, Larra!—tragicómica del año.

II

Quedamos anteriormente en que Enrique Heine ha sido quien primero ha visto y sentido—y, por lo tanto, interpretado—de una manera verdaderamente moderna la obra capital de Cervantes. Ha visto y sentido así Heine el Quijote: Primero, porque ya se había inaugurado la revolución romántica; es decir, porque ya se había introducido en el arte el elemento personal, lo subjetivo (en ello se estaba en 1837), y, por lo tanto, en la novela, el drama, el poema, etc., podía verse el reflejo del propio yo, ó podía poner el artista el propio yo. El romanticismo ha renovado la crítica y la manera de sentir el pasado; recuérdese, caso análogo al del Quijote, lo ocurrido con Calderón y cómo, por los críticos alemanes, compatriotas de Heine, han sido vistos La vida es sueño, El mágico prodigioso, La devoción de la Cruz. Segundo, Heine vió el Quijote como lo vió por la afinidad suya moral con el libro de Cervantes; ó sea porque su conflicto interior era análogo al conflicto expuesto en la gran novela. El mismo Cervantes sentía su afinidad con Don Quijote. Un hispanista italiano, en un libro recientísimo dedicado á Cervantes (Cervantes, por Paolo Savi López.—Nápoles, 1913), habla de este oscuro senso d'affinità morale que une al autor con su creación, y en esa afinidad secreta juzga che sta appunto il più delicato fascino del libro.

En la traducción del trabajo de Heine, motivo de estas líneas—la hecha por Hispania—, el traductor ha suprimido las últimas páginas del ensayo del poeta. Reputamos por desafortunada tal supresión. Á las ilustraciones del Quijote se refiere Heine en esas páginas. ¿Cómo han visto los pintores y dibujantes Don Quijote? ¿Qué pintores han sido los que han interpretado la genial figura? ¿Por qué hasta ahora—es decir, hasta 1837—no se ha sabido interpretar ese personaje? Tales son las cuestiones que plantea brevemente Heine. De Hamlet ha dicho un crítico que «hay tantos Hamlets como melancolías». Muchos Quijotes existen, pintados y esculpidos por diversos pintores y escultores; rara vez se llegó en esas obras á la expresión feliz; cada artista, en cada país, imagina y traza la figura del hidalgo manchego de distinta manera. La edición á que ponía prólogo Heine, por ejemplo, iba ilustrada por Tony Johannot. (También existe una edición española que lleva las mismas ilustraciones.) Los dibujos de Johannot, como los de Doré, pecan de fantásticos, idealizadores en demasía. Ese prurito de alambicamiento y sutilidad fantasmagórica, de que alardean los dos citados dibujantes franceses, se da también en otro compatriota suyo; aludimos á Celestín Nanteuil y á las litografías del Quijote hechas por él y estampadas en Madrid—por «J. J. Martínez, Desengaño, 10».—(Nanteuil puso también algunas ilustraciones á L'Espagne, de Cuendias y Fereal, luego traducida al castellano é ilustrada con los mismos dibujos. La edición francesa es de 1848.)

Heine menciona en su trabajo, entre otras interpretaciones, «algunos bocetos de Decamps, el más original de los pintores franceses vivos». No nos detendremos en ver si Decamps era, en 1837, el más original de los pintores franceses. Desconocemos sus pinturas sobre el Quijote. Heine, cuando escribía, no podía hablar de otro vigoroso y singularísimo intérprete del inmortal caballero. Hasta bastantes años después Honorato Daumier no pintó sus cuadros dedicados al Quijote. Un poderoso y secreto atractivo lleva á los grandes artistas infortunados hacia el libro de Cervantes. La vida de Daumier tiene mucho de trágica; artista de un recio nervio, de una vigorosa originalidad, satírico violento y elocuente. Daumier trabajó infatigablemente, vivió luchando con la pobreza, gozó de una cierta notoriedad superficial, y sólo en nuestros días, al cabo de cuarenta ó cincuenta años, es cuando comienza á amársele y á admirársele cordial y reflexivamente. En 1878, ya viejo y ciego Daumier, se celebró una exposición de sus obras con objeto de allegarle recursos; en esa exposición figuraron los cuadros sobre el Quijote. En el Daumier, de León Rosenthal, se dedican unas páginas á hablar de esas obras y se reproduce una de ellas. Hay en ese cuadro, en su cielo anubarrado y lóbrego, en la lejanía de montañas yermas, en las figuras de Don Quijote y de Sancho, una sensación de misterio y de tragedia. El ambiente podrá ser ó no español; pero de él se desprende un agudo sentido de la gran novela. Á grandes rasgos, nerviosamente, con tosquedad genial, á la manera de Goya, el pintor ha arrojado sobre la tela las figuras de Don Quijote y Sancho Panza. «Decamps, antes que Daumier—se lee en el libro citado—, ha tratado los mismos temas, y ciertamente lo ha hecho con acierto. Pero por divertidas que sean sus narraciones, ¡cómo el relato aparece mezquino y recargado y cómo el artificio es mediocre, comparados con la epopeya incorrecta de Daumier!» (Hagamos observar entre paréntesis, ya que hemos nombrado á Goya, la afinidad que existe entre el pintor francés y el aragonés; afinidad no sólo de manera y tendencia, sino también física. Maravilla la semejanza entre la fisonomía de Goya, viejo, y Daumier, viejo, en 1878. Champfleury, citado por otro crítico de Daumier—Raymond Escholier, en el libro dedicado al gran pintor—, escribe: «Daumier y Goya no se asemejan sólo por el fuego interior; me sorprenden ciertas analogías fisionómicas. Una apariencia burguesa á primera vista; ojillos interrogadores, y, sobre todo, un labio superior de una amplitud particular en los dos maestros»... Escholier, el autor de este libro, escribe también, hablando del cervantismo de Daumier: «Frecuentemente, sus lecturas, su La Fontaine, su Cervantes, sobre todo, le arrastran á un mundo irreal. Á través de la Mancha resecada, en el azul país del ensueño, Daumier va siguiendo, según su fantasía, al caballero de la Triste Figura y á su honrado Sancho Panza»).

Son raros los pintores que han interpretado originalmente el Quijote. Heine aventura una explicación de este hecho. «¿Será acaso—pregunta—que detrás de las figuras que el poeta hace pasar por delante de nosotros hay ideas más profundas que el artista plástico no puede expresar, de tal suerte profundas que el artista no podría coger y reproducir de ellas sino la apariencia exterior, aun siendo muy saliente esa apariencia, pero no su más hondo sentido?» Es posible que eso sea lo verosímil—según añade el mismo Heine—; pero lo que se nota examinando las pinturas consagradas á Don Quijote es un hecho curioso. En 1837, cuando escribía Heine, ó mejor, treinta ó cuarenta años antes, podría haber un paralelismo entre la representación crítica del Quijote y su representación gráfica. Á últimos del siglo XVIII, por ejemplo, las láminas de la edición de la Academia concuerdan exactamente con la manera como los eruditos ven y explican la obra de Cervantes. Unos y otros veían el gran libro de un modo externo, árido, sin cordialidad, sin humanidad, sin lejanías ideales.

Pero el tiempo ha ido pasando; á partir de Heine se inicia la interpretación psicológica del Quijote; vemos y sentimos hoy la gran novela desde un punto de vista que no es el formalista de los eruditos. (No hay que decir que estas interpretaciones formalistas subsisten; pero son, ó secundarias, como trabajo auxiliador, ó de ninguna importancia.) Y mientras la interpretación literaria ha evolucionado, la gráfica ha quedado estacionada. Basta ver, para notar este fenómeno, los cuadros cervantistas de algunos de nuestros pintores. La representación gráfica, pictórica, por ejemplo, sólo ve en el Quijote los resultados, los hechos, en tanto que la literaria, la psicológica se atiene al proceso que da por resultado ese hecho. Se objetará que tal diferencia radica en la índole diversa de uno y otro arte; pero pintura existe (y ahora estamos pensando en los dos cuadritos de la Villa Médicis, de Velázquez) que expresa sola y únicamente, no un resultado, sino un estado espiritual—melancolía, idealidad—que se refleja en el ambiente, en el paisaje, en una casa, en una simple y desnuda pared. ¿Por qué los pintores del Quijote no han tratado de expresar esos estados espirituales en conexión con Alonso Quijano, con sus tristezas, sus anhelos, sus ansias? ¿Por qué, lejos de esto, se han limitado á las aventuras ruidosas y llamativas, á los actos notorios, á los resultados? Don Quijote, en uno de esos momentos de desesperanza, de tristeza; en uno de esos instantes—frente á la desolada llanura gris—en que parece dudar de sí mismo y de su noble empresa, cansado, agobiado, dice más á nuestra sensibilidad moderna que el mismo caballero alanceando unos molinos ó recibiendo el irónico homenaje de unos zafios é inhumanos duques...