8. Encontrar una novia en tiempos difíciles
Pánfilo cuando se sentía solo de amores recordaba a su madre. Nunca se había casado a pesar de contar treinta y dos y de necesitar a una hembra casi todo el tiempo. Junto con la memoria tierna de su progenitora venía a su mente la historia de como su padre la conoció. Sabía bien de este encuentro por las tantas veces que el padre la contó entre sorbos de vino.
Alonso ya envejecía soltero cuando Fernando de Aragón e Isabel de Castilla lograron derrotar el último baluarte de los moros logrando la unidad nacional de España. Estaba en ese momento cerca del puerto y se enteró de que un grupo importante de seguidores de Mahoma serían embarcados para África. Solamente se quedarían los que profesaran la fe cristiana según la Iglesia Católica, Apostólica y Romana. Este grupo tan intransigente y orgulloso seguramente era de personas de alto rango en la jerarquía de Toledo.
Alonso quiso ver a los moros por simple curiosidad y se dio una vuelta por el puerto acercándose hasta donde los guardianes del rey se lo permitían. Había hombres, mujeres y niños. Todos necesitaban mostrar su dignidad aunque quien supiera leer en los ojos observaría mucha tristeza en ellos. Iban hacia una tierra desconocida y los españoles insistían que ése era su país. Todos sabían que sus antepasados eran de allí, o por lo menos habían estado en ese sitio, el Sahara, pero ellos eran del otro lado. Durante varios siglos habían pasado tantas generaciones como para olvidar ciertas tradiciones, salvo las que el Corán hacía obligatorias. Estos derrotados que ahora eran deportados sufrían amargamente en su silencio. Amaban las tierras donde nacieron sus abuelos, los padres de los abuelos y otros ascendientes hasta perderse en la historia.
El padre de Pánfilo miró, primero con orgullo español y luego con tristeza cuando pudo leer en los ojos de algunos. Su vista en algún momento fue a parar a una mora de ojos muy hermosos. En un momento sus miradas se cruzaron y ella la sostuvo como indagando. Cuando ambos se cansaron Alonso caminó un poco a lo largo del grupo humano en la distancia y oyó una conversación del lado de los cristianos.
—Si alguno se arrepiente y acepta la Santa Iglesia Católica puede quedarse —decía una vieja que además de curiosear parecía una comadre chismosa.
Alonso quiso oír más pero en ese momento pasó un pregonero real con sus tamborileros. Cuando el repiqueteo terminó se oyó la voz decir un edito en el que se aclaraba que el reino permitiría permanecer en la península a aquellos que renunciaran ante las autoridades de la iglesia a su creencia en Mahoma y abrazaran a Cristo el Mesías. Luego una serie de condiciones como tener matrimonio con un cristiano o un compromiso de matrimonio.
Después que el pregonero siguió para leer su edito mucho más adelante la mora de ojos hermosos que estaba sentada en el suelo se paró y Alonso la buscó con la mirada, ahora mucho más distante. No hacía falta más. Aquellos dos seres sabían que se necesitaban. Él levantó con cierta discreción su mano derecha y le mostró la palma haciendo la señal de espera. Seguidamente hizo una cruz en el aire y partió a buscar a la vieja chismosa y le preguntó directamente:
–Yo tengo a mi novia allí adentro ¿qué debo hacer para que no se la lleven?
La vieja, cuya cosa más importante en la vida eran precisamente las emociones fuertes acerca de la vida de los otros, sintió que esta era la oportunidad para tener muchas cosas que contar después.
–Si es su novia usted tiene que salvarla porque nadie se quiere ir en ese grupo. Se van obligados por la pasión. Si ella insiste en sus creencias no va a lograr nada. Tiene que saber el nombre de ella y después ir rápido a buscar al cura. Debe casarse ahora mismo. Eso es lo que me han dicho ¿Tiene usted hacienda?
–Tengo una importante heredad en Murcia y además he prestado servicio a los reyes en su lucha contra los seguidores del falso profeta.
–Hombre, usted debe retener a esa mujer en su casa. No permita que se pierda para Dios entre esa gente de esos sitios que dicen que son como fieras. Vamos a buscar a un cura que el viento es bueno para zarpar y solamente están esperando que llegue el oro que deben pagar por el viaje y dicen que fueron a buscarlo en mulos a Toledo y que llegará esta noche o mañana.
En ese momento Alonso se dio cuenta que no sabía el nombre de la bella mora y así no podía hablar con ningún sacerdote.
–Espere un momento señora. Quédese aquí que yo necesito de su ayuda. Le voy a regalar unas monedas.
Alonso corrió hacia el lugar donde la mujer de pie parecía una estatua mandada a hacer según sus gustos. Cuando las miradas volvieron a cruzarse él gritó:
– ¿Hablas castellano?
–Sí –Gritó ella.
–Tiene que decirme un nombre cristiano y sostener siempre que te llamas así.
–María.
–Tiene que decir, siempre que te pregunten, que acepta a la Santa Iglesia Católica. Espera que venga por ti.
Ese día Alonso se hizo de una esposa muy bella y emprendió el largo camino a Murcia lleno de felicidad.
Del matrimonio nacieron varios hijos cuya tez moruna denunciaba siempre unos antepasados que habían invadido a la península trayendo ciencias y sabidurías después que los romanos y los celtas se habían diluido en sus descendientes. Pero su fe en el Profeta siempre fue motivo de conquistas y guerras. Muchos reinos cayeron, sin embargo los españoles nunca renunciaron a esos territorios. Con estas deportaciones terminaba la dominación árabe en España.
María, se casó con un español cristiano solamente por querer quedarse en estas tierras donde había nacido. Aunque amó a Alonso con toda la fuerza de su corazón y rezó todos los días según la usanza de los cristianos siempre lo hizo mirando hacia un mismo lugar. Con los años los hijos supieron que en esa dirección quedaba la Meca.
Pánfilo había descubierto al pasar los tiempos que su padre no era un cristiano fervoroso, y no porque tomara mucho vino y de vez en cuando se emborrachara de manera escandalosa, sino, porque en esas borracheras mostraba sus frustraciones doctrinales diciendo las palabras más terribles contra la hostia. Por esa razón él tampoco se creía muy cristiano. Se sentía como un híbrido y definitivamente no sabía en qué creía. Esta situación tenía que ver también con que todos los hermanos se habían dado cuenta de que la madre fingía que había aceptado la iglesia católica pero en realidad sus sentimientos estaban con el profeta Mahoma.
Todas estas meditaciones las hacía sentado en un tronco en víspera del largo viaje que haría con Jesús Almansa de Altamirano, su doctrinero, para tomar en nombre del Rey a la tribu de indios que sólo él había descubierto. Cuando se sumergía en las meditaciones sobre sus padres solía olvidarse del vino por un rato. Ahora paró de pensar en sus progenitores y alzando la jícara tomó un largo trago y luego habló en voz alta aunque estaba solo:
– ¡Tomaré una india como esposa, no hay cristianas solteras en esta isla que estén a mi alcance!