
10. El terrible día de la gran masacre
El Proyecto, o aquel lugar sin nombre, era como una cárcel burlona para Ángel Gabriel Palomino del Monte. Alguien que nunca había conocido la libertad, nacido y crecido en la selva, prisionero de dos grupos, ahora solitario, solamente se sentía libre cuando alzaba vuelo en el avión. A pesar de haber jurado no ver más el video fue hasta la choza del Jefe y conectó la computadora. Era la única vía por donde podía ver seres humanos.
Todos los guardianes tenían atados sus brazos. Ángel meditó en la astucia que tuvo este hombre para amarrarlos uno por uno sin despertar sospechas. El loco fue tomando a cada uno en la noche quizás dormidos o quizás los drogó fuertemente para poder hacerlo. Posiblemente tuvo ayuda de los humillados, pero nunca lo sabremos. Todos estos criminales estaban en fila. Alrededor había un círculo de pequeñas cajas conectadas por cables. Este segmento de filmación era lo suficientemente grande como para oír algunas de las cosas que decían los guardianes ahora prisioneros.
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–No podemos escapar. El Loco dice que tiene el detonador por control remoto –decía la voz de alguien.
–Yo le ofrecí todo el dinero que pidiera por nosotros y él dijo que nuestras vidas no valían un carajo –decía el jefe, quien se podía reconocer fácilmente por su voz algo femenina y su bien arreglada figura.
Luego llegaron los esclavizados por su propia voluntad entrando dentro del círculo de lo que indudablemente eran minas. Uno va hacia el jefe y lo escupe en la cara, alguien le da un bofetón. La gente habla entre ellos y se oye un murmullo ininteligible en la grabación. Es evidente que esperan órdenes de El Loco que ahora está parado frente al grupo. Ángel lo reconoce bien aunque está de espalda. La voz un poco distorsionada era la de él:
–Los he llamado porque hoy es el día de su libertad. Todos estos desalmados tendrán que aceptar al Mesías en su corazón o morirán. Los esclavos no necesitan confesar su fe, sólo los malhechores –El Loco alzó su brazo derecho y miró al cielo–, ¡yo me arrepiento antes el Salvador de la humanidad, de todos mis crímenes y de todas mis andanzas con Satanás!
La voz de Angelina fue lo último que se oyó en la grabación:
– ¡Aleluya!
Gabriel estaba ahora en el momento de la cinta que le interesaba escudriñar. Se fijó bien en la figura de espalda de El Loco. Eran sólo unos segundos pero ahí debía estar la respuesta de si este hombre había tenido la intención de matarlos a todos incluyéndose él mismo o había sido un accidente. Algo pequeño caía desde su cintura. Volvió una y otra vez a rebobinar y mirar esa pequeña secuencia antes de la gran explosión. Congeló la imagen. La observación exhaustiva le dejó ver que era un radio intercomunicador como el que usaba para comunicarse con Pedro el Apóstol. No había dudas, al tocar el suelo activó remotamente al detonador.
Le complació comprender que El Loco no había matado a su madre intencionalmente. Este señor custodiaba la cocina muchas veces antes y durante El Jefe almorzaba o comía. En ocasiones el cabecilla enviaba a alguien para que la comida se le enviara a su choza. En esos pequeños momentos aprovechaba para hablar con Angelina. Estaba interesado en las cosas de Dios. Esto comenzó años atrás. Un día le pidió la Biblia prestada y desde ese momento comenzó una lectura intensiva y eran mucho más frecuentes las consultas con su madre para averiguar si realmente entendía lo que decía. Muchas veces Gabriel era testigo de esto. En las noches después de apagar las luces su madre y él tenían largas conversaciones acerca de Cristo y consideraban a El Loco como uno de sus hermanos.
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Sin embargo seis meses antes de la masacre El Jefe le ordenó que entregara la Biblia a su dueña y le prohibió terminantemente su lectura. Angelina, para su propio dolor, tampoco podía prestar más este libro aunque otros se interesaran. Esta decisión del cabecilla se debió a que El Loco había empezado a predicar el Evangelio entre sus acólitos y además de muchas burlas había protestas pues ninguno de aquellos criminales quería oír hablar de tales cuestiones. Fue así como Carlos Pulido poco a poco perdió su nombre propio y los delincuentes lo rebautizaron con el apodo de El Loco.
La prohibición de no leer la Biblia no impidió que este señor conversara con Angelina cada vez que tenía una oportunidad. En una ocasión Gabriel vio a su madre orar juntos por la salvación de las almas de los que estaban en el proyecto. Aprovechando que no había otros testigos los tres se arrodillaron y la madre del niño dirigió la plegaria. Esa noche ella y el mozuelo, que ya estaba en edad de comprender muchas cosas con sus casi quince años, hablaron largamente del cambio observado en él a través del sagrado libro. Ambos durmieron regocijados y la oración final fue dirigida a pedir por este amigo de la pequeña familia.
El Loco era el especialista en explosivos y armas y había sido el creador del sistema de autodefensa en caso de ser atacados por los militares o alguna pandilla. Había sido captado en la facultad de ingeniería de una universidad donde el ejército le pagaba la carrera por ser un destacado y joven sargento. Llegó a Bogotá desde los campos buscando algo mejor para su vida que labrar la tierra de sol a sol con sus padres y hermanos. Los complotados vieron en él al hombre inteligente que le ayudaría en la estrategia por ser militar y conocer el modo de operar del ejército. Fue difícil convencerlo a pesar de que se les acercaron mucho y sigilosamente, hablando casi siempre de forma indirecta, como quienes nada tienen que ver. Sabían que estaba enamorado de la linda hija de un oficial y que ella le correspondía aunque todavía no habían hecho público sus amores. No confiando en otros militares de los de la facultad para colocarlos en el proyecto se la jugaron todas a éste. Así que mandaron a los sicarios para que mataran a su novia. Una vez que ya no tenía lazos por lo que luchar en Bogotá y algo deprimido lo sonsacaron y lo comprometieron. En una borrachera dijo que se integraba al proyecto y lo grabaron en video. De aquí en adelante ya nunca pudo volver hacia atrás.
El nuevo amigo se enfrentaba a diario a las mofas de sus compañeros que no se ocultaban para decirle cuantas atrocidades se les ocurrían. La semana antes de la masacre le contó a Angelina como un grupo de guardianes ebrios de la cocaína lo habían atado a un árbol y le habían puesto una corona de espina en la cabeza mientras otros grabaron en la corteza de un árbol las siglas INRI. Los complotados se reían de él, uno lo escupió y otro lo orinó. Los guardianes llegaron a discutir, sin él saber si era en serio o no, si Jesús murió realmente crucificado o empalado. Era evidente que ese día podían haberlo matado. Los esclavizados pudieron ver algo y uno se acercó a la escurridiza. Al observar lo que sucedía se arriesgó a acercarse a la choza del Jefe y cuando éste salió enfurecido le dijo que iban a matar a Carlos Pulido. Esta intervención le salvó la vida.
Los esclavizados desde hacía tiempo miraban con buenos ojos a El Loco y lo llamaban por su nombre propio con el trato de señor. Pues Carlos Pulido había empezado a predicar el evangelio de Jesús entre ellos de manera discreta. Desde que empezó esta relación con la Biblia y con Angelina no ofendió jamás a ninguno de los trabajadores forzados. Siempre que estando custodiando la plantación, no hubiera otro guardián, les dejaba descansar varias veces en la jornada de doce horas de trabajo que el proyecto les había impuesto. La voz se corrió en toda la comunidad de forzados. Algunos eran cristianos en la vida anterior al secuestro y se sentían mucho más contentos.
Una tarde le confesó a Angelina que tenía un plan para la liberación de todos los obligados a trabajar en el proyecto. Le dijo que solamente él y el Jefe tenían el secreto para salir de allí rápidamente aunque el monte había cubierto todas los caminos en los sietes años de estancia en aquel desgraciado lugar. Dijo la palabra túnel secreto pero nada más al respeto. Fue la penúltima vez que lo vieron.
Ángel Gabriel Palomino del Monte respiró profundo y aunque estaba triste como todas las otras veces que miró el video sintió regocijo de que su madre y Carlos murieran amando a Cristo.