2. ¿Dónde está el Mesías? Pedro y el pájaro gigante
Pedro corrió desesperado a la colina donde había descendido aquello que parecía una tela blanca de la que algo colgaba. Un árbol detuvo la caída y el objeto irreconocible estaba al alcance de las manos. Era la segunda vez que desde las entrañas del ave aquellas sábanas con sus cargas pero la primera el viento la llevó muy lejos y no la pudo encontrar. Oyó el ruido del águila gigante que desde hacía días merodeaba, comprendió que era el mismo ronroneo, pero no venía del cielo, sino del cofrecito negro debajo de la tela atado a unas cuerdas. Quiso recular pero su curiosidad venció al miedo. Podía alcanzarlo y lo atemorizaba la lucecita roja pegada a la cosa. Acercó la mano derecha para tocar el objeto y en ese momento la caja habló:

―Estoy tratando de comunicarme con ustedes… estoy tratando… de comunicarme con ustedes… estoy tratando… de comunicarme con ustedes… Ya aterrizo si hay alguien por ahí hábleme.
Pedro cayó de rodillas y alzando los brazos con la mirada al cielo el grito retumbó por la selva:
―¡Perdóname Jesús, yo sé que soy pecador!
Pero la voz seguía saliendo de la caja extraña:
―¿Alguien habla español por ahí?
―.Sí, yo hablo español.
― ¿Quién es usted?
―Pedro, uno de los once apóstoles.
―¿Se va a burlar de mí? ¿Desde cuándo no son doce los apóstoles?
―El padre Almansa dijo que nunca seríamos doce porque Judas era un traidor.
―.Dime si lo de ustedes es la marihuana o la cocaína.
―Vosotros habláis con palabras que no están en el Nuevo Testamento. Nosotros tenemos la Biblia completa pero está en latín. El padre Almansa solamente nos tradujo el Nuevo Testamento.
―¿Ha mamado bien del gallo?
―Perdóneme, no entiendo nada. Es la primera vez que hablo con los ángeles
―¿Quiénes son ustedes?
―Somos la Sagrada Tribu del Padre Almansa.
―No joda, no estoy para bromas, me ha costado mucho hacer contacto con ustedes para que ahora se burle de mí.
―Vosotros sois sagrados también y yo os respeto.
― ¿Por qué no habla en colombiano hombre? –Dijo la caja.
―Sólo hablamos castellano y no nos relacionamos con los herejes señor –respondió Pedro.
―Cuando se le pase esa juma comuníquese conmigo. Por esa misma frecuencia, no la cambie. Tenemos buena señal.
―Gracias señor ¿Cómo se llama vuestra merced?
― Ángel Gabriel.
―Arcángel Gabriel, esa es la señal que esperábamos desde hace casi quinientos años.
―Se oyó un chasquido y la cajita negra dejó de hablar.
Pedro volvió a caer de rodillas y dijo una larga oración agradeciendo la señal. Después corrió durante casi una hora hasta llegar al caserío capital y gritó todo lo alto que pudo:
―¡El Mesías ya llegó, he hablado con el arcángel Gabriel! ¡Dijo que teníamos buena señal!
Primero hubo un silencio. Después un murmullo. Finalmente la multitud se hincó y empezó a orar. Era la noticia más importante recibida desde que la tribu colonizó este pedazo de selva en lo que hoy es Colombia. No hacía falta comprobarla, lo había dicho uno de los once apóstoles y el actual Lector Principal de la Biblia. La multitud crecía, era domingo cuando todos descansaban en el poblado. Angélica María, que había ido a su choza, a duras penas apartó a la gente hasta llegar al apóstol y derramó un recipiente lleno de esencia de flores sobre la cabeza de su novio. El cura, traído en su parihuela, que hasta entonces había guardado silencio se dirigió a la multitud haciendo uso de la autoridad:
―Que los músicos busquen los tambores. Que los mensajeros vayan rápido a todos los asentamientos y den la noticia. Declaro areito desde ahora mismo hasta que el gallo cante tres veces. Se puede tomar vino pero nadie puede embriagarse porque quien lo haga no verá al Mesías.
Los músicos sonaron los tambores con furia y el pueblo bailó con ganas, cada movimiento de sus cuerpos expresaba el júbilo por la gran noticia, se sentía el regocijo de sus corazones en la amplia plaza del poblado, enorme espacio donde cabía toda la tribu, rodeado de las inmensas casas multifamiliares del asentamiento principal, la iglesia, el ayuntamiento y algunas chozas pequeñas.
La gente formó círculos agarrada de las manos, como hacía en las ocasiones especiales, cuando casi nunca se bebía del todo, pero esta vez los recipientes de vino se vaciaron y el cura mandó se usaran las reservas.
Cuando el único gallo permitido dentro del poblado cantó tres veces se había agotado el vino y la tribu estaba satisfecha. Fueron a dormir contentos, ya no habría más penas (seguir leyendo).
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