9. Angelina se encuentra de nuevo con el Jefe

28.05.2025

Angelina del Monte tenía una gran preocupación: cuál sería el destino de su hijo. Como mujer educada quiso darle la mejor instrucción a Gabriel. En la guerrilla pudo conseguir algunos libros y libretas y enseñó todo lo que pudo al niño. Cuando escapó el único documento que pudo traer fue una Biblia que había conseguido por contrabando.

Tácticamente fue creando las condiciones para levantar algún liderazgo en aquella terrible comunidad. Primero le dio un listado al Jefe de todo lo que necesitaba en materia de especias para que su guiso fuera bueno. Éste ordenó que no faltara nada. Muy pronto se hablaba del cambio positivo en el sabor de la comida. Como que los grandes calderos y ollas eran imposibles de manejar solamente por una mujer, y además se necesitaba un leñador, siempre tenía un ayudante. Este mismo trabajador también llevaba los alimentos a los de la plantación pues en el comedor solamente se les servía a los guardianes. El hombre era hablador y siempre le contaba sobre la opinión que la gente daba sobre su arte culinario. Así se enteró de que el Jefe había dicho que ahora si se había encontrado a la cocinera ideal. Angelina consideró que era el momento de comunicarse con él para hacer algunas peticiones. Acercándose a la mesa reservada solamente para él le pidió lo más protocolar que pudo en aquellas condiciones que quería conversar acerca del niño. El Jefe llamó al guardián que custodiaba la puerta y le ordenó que después de la siesta llevara a la cocinera a su casa.

Esa tarde cuando llegó a la choza del cabecilla Angelina lo tenía todo preparado en mente. Dadas las condiciones en que se encontraba tendría que hacer algunos sacrificios con tal de salvar a su hijo. El Jefe parecía estar de buen humor o quizás necesitaba de una conversación diferente debido a la rutina llevada por casi dos años.

–Dígame cuáles son sus peticiones –dijo, sin perder su posición de liderazgo aunque su tono indicaba que le agradaba tratar algún asunto relacionado con el niño.

–Soy una madre y quiero que usted comprenda que Ángel Gabriel es lo primero en mi vida.

–Por supuesto que la entiendo. No le prometo nada aún pero si su petición no pone en peligro al Proyecto la complaceré.

–Ángel Gabriel es el único niño aquí en su proyecto. En la guerrilla donde también fuimos prisioneros teníamos libros, lápices y papeles. Yo soy la maestra de mi hijo. Aquí solamente tengo la Biblia. Quiero pedirle, si fuera posible, que nos suministre materiales para seguir enseñándolo. Eso en primer lugar. En segundo lugar quiero pedirle que no me quite la autoridad para decidir siempre lo que a él más le conviene. En tercer lugar quiero pedirle que ni ahora ni nunca involucre a Ángel Gabriel con las plantaciones ni con la fábrica de cocaína. En cuarto lugar quiero pedirle que al terminar el proyecto me libere a Ángel Gabriel en alguna ciudad de Colombia y a mí si quiere me puede fusilar por ser portadora del secreto de conocer este proyecto. A cambio le voy a hacer las mejores y más sabrosas comidas que jamás se hayan cocinado en la selva colombiana.

El Jefe rompió en carcajadas tan amplias que sorprendió sobremanera a Angelina. Poco a poco se fue calmando y fue entonces que la invitó a sentarse. Una vez que ella estuvo sentada frente a su buró él dijo:

–Yo pensaba que me iba a pedir una buena recompensa en dólares cuando el proyecto terminara. Las mujeres son sorprendentes y maravillosas. A usted nadie la va a matar cuando termine el proyecto. Usted tendrá su parte y se callará la boca y este proyecto nunca existió. Sí está de acuerdo conmigo entonces sigo hablando.

Angelina era ágil de pensamiento y sabía en no podía discutir condiciones por eso dijo simplemente:

–Estoy de acuerdo Jefe.

–Yo he pensado en el pequeño. Ya ustedes tienen veinte días de estar aquí y es el primer niño que vemos en casi dos años. Di órdenes de que nadie se acercara a él. Aquí hay personas de todo tipo. Los que hicimos el proyecto somos estudiantes universitarios de diversas carreras. Algunos llegaron a graduarse. Está usted entre gentes de estudio. Créame que si no fuera porque en Colombia de nada valen los conocimientos y que con nuestros títulos sólo tendríamos pobreza no hubiéramos hecho el proyecto. Sólo usted dispondrá de su hijo y quien se meta con él es hombre muerto. No comprometo mi palabra por gusto. El niño tendrá sus lápices y libretas. Mañana recibirá un listado de mi librero –se paró y abrió una cortina y quedó a la vista una enorme cantidad de tomos en ediciones de lujo. Después cerró la cortina y se sentó–, usted pedirá a través del guardián el que necesita. Lo podrá tener por quince días o menos. Debe regresármelo sin un rasguño y sin una manchita para que tenga derecho a poder seguir pidiendo. Ahora mismo le voy a dar una laptop. Esta tarde enviaré que lleven un cable de electricidad hasta su cuarto para que puedan cargar la batería. Tendrá derecho a usar una bombilla desde que oscurezca hasta las once de la noche; solamente dentro del cuarto. La computadora es para que el niño aprenda a escribir en ella. Su ordenador va a tener una enciclopedia y muchas otras informaciones culturales que pueden ser útiles. Busqué información sobre usted y sé que es una periodista radial y leí sobre el secuestro. Los profesionales me caen bien señora Angelina. Yo soy graduado de filosofía y letras y tengo numerosos cursos de artes dramáticos. Precisamente este proyecto fue primero un libro de ficción que luego quise hacer realidad. Pierda cuidado con su hijo y pórtese bien usted.

Angelina creyó que era el final y se estaba parando de la silla.

–Quédese sentada –dijo con autoridad.

–Le ofrezco disculpa.

Aquella conversación pareciera que no transcurría en medio de la selva colombiana y que aquel señor de pulcra finura no era un narcotraficante que enviaba drogas a otros países envenenando a jóvenes gracias al egoísmo de quienes las vendían.

–Sería bueno que Ángel Gabriel se acercara al piloto y éste le fuera enseñando un poco de mecánica y otras cosas de los aviones. Como que he dado mi palabra de que usted decidirá sobre el niño le pido su opinión.

Angelina del Monte aunque no sabía la terrible forma en que el piloto estaba atado al proyecto creyó que esta era una buena oportunidad y que quizás un día pudiera escaparse con el aviador. Por eso aceptó inmediatamente la propuesta del Jefe.

–Señora Angelina, los delincuentes tenemos palabras, las buenas y las malas, pero cualesquiera que sean las cumplimos. Lo que le prometí será cumplido. Ahora le pido algo que siempre me ha gustado aprender.

–Diga usted Señor

–Enséñeme a cocinar.

La petición sorprendió a Angelina pero hizo todo el esfuerzo para no reflejar de ninguna forma la sorpresa.

–Pues con mucho gusto señor Jefe. He visto allá unos calderos y cacerolas chicos. Supongo que usted quiera aprender a hacerlo para pocas personas.

–Por supuesto, es para mis invitados solamente, pero preferiría que fuera aquí en mi casa donde usted me enseñara y que nadie supiera de esto. Entre los hombres también hay chismosos.

–Comprendo señor –respondió Angelina como si esto no fuera realmente una orden encubierta del Jefe porque al fin y al cabo nadie podría contradecirle.

El jefe se paró y la invitó a que lo siguiera. Atravesaron la pequeña sala y abrió una puerta. Fue una gran sorpresa encontrase con una íntima cocina comedor que nada tenía que envidiarle a un pequeño apartamento de Bogotá. Por si fuera poco una estufa con su horno de gas licuado estaba allí reluciente y bella. Angelina se conmovió. Realmente tenía deseos de hacer algunas comidas allí.

–Será un placer Jefe. Diga usted cuándo y comenzaremos las clases.

–Yo le aviso –hizo una pausa y continuó–, he averiguado también quiénes son sus familiares más queridos. Vive aún una tía suya llamada Caridad, que fue quien estuvo más cerca de usted cuando su madre murió. Hay una nieta de ella que cuando usted fue secuestrada tenía dos años. Ahora tiene doce. Si usted sale por esa selva, además de que no va a llegar a ningún lado, pudieran suceder cosas terribles con ellas.

Angelina tuvo una contradictoria percepción afectiva de estas palabras. Sonrió por la primera noticia de la familia que recibía en diez años y sintió odio por aquella persona que la amordazaba con ellas. Pero no podía perder su objetivo de salvar al niño e hizo el mayor de los esfuerzos en fingir y respondió.

–Descuide señor Jefe. Lo único que quiero es salvar a mi hijo y usted me ha dado su palabra. Con eso yo tengo bastante y de este lugar no me iré. Estoy a su servicio y deseo mucho comenzar con las clases de cocina.

En el camino hacia la choza, que era cocina, comedor y dormitorio donde vivía con su hijo, se sorprende de no haberse dado cuenta de que si toda esa información la tenía ya el jefe era porque estaba bien conectado con el exterior. Pensó que la invitación a enseñarle a cocinar en su propia casa podría darle ventajas para averiguar los canales que el jefe usaba para conectarse con el mundo. Luego sonrió por la alegría de saber que su tía vivía y que la pequeña Leonor ya era una niña de doce años. Pasó balance de las cosas y en medio de la terrible situación de ser esclava este era un día victorioso. Además, llevaba una laptop en las manos que sería muy útil para Gabriel. Sonrió para sí misma.