7. Encuentro y desencuentro entre Pedro y Ángel Gabriel

07.05.2025

A pesar de su fe Pedro iba temeroso al encuentro con el misterio cuando se acercaba al árbol de la colina donde colgaba la cajita negra con una luciérnaga roja. Era temprano en la mañana y los ruidos de la selva cambiaban de tono como si hubiera un relevo de la variada vida en forma de múltiples alimañas. Las aves nocturnas se acababan de acostar y otras comenzaban sus cantos en coros de voces que alababan la Creación, según la interpretación del apóstol.

Ya muy cerca observó que la luciérnaga roja se destacaba en la semioscuridad producida por la sombra de la selva y la poca luz del sol a tan tempana hora. De la cajita negra salían unos chasquidos de vez en cuando, pero ninguna otra cosa pasaba. Pedro escuchaba atentamente como quien espera algún mensaje. Así estuvo mucho tiempo hasta que los rayos indicaban que el sol había subido más alto que la colina.

Un rato después oyó un chasquido más fuerte y la cajita empezó a hablar:

–Aquí Ángel Gabriel, si alguien puede escucharme que hable por favor.

–Sí, lo escucho.

– ¿Quién habla? ¿Es Pedro?

–Sí Señor. Soy yo.

–Ah Pedro, buenos días.

–Santo y buen día tenga usted también Arcángel.

–Arcángel no, Ángel. Ángel Gabriel.

–Nosotros no sabemos mucho de eso. Siempre hemos pensado que usted es un arcángel.

–Yo no sé qué mierda están fabricando ustedes, pero les está haciendo mucho daño. Yo pensaba que ya se le había pasado la borrachera.

–No Señor, ninguno de la tribu se ha embriagado porque el padre Porfirio ha dicho que quien se embriagara no vería al Mesías.

Ángel Gabriel comenzó a notar que algo extraño estaba sucediendo. Era la segunda vez que Pedro se refería a su pueblo como la tribu. Siempre pensó que eran indios por el lugar de la selva donde se encontraban y por las formas de las viviendas, sin embargo hablaban español, aunque de un modo raro. En tan remoto lugar los indios hablarían su propia lengua. Al menos eso era lo que le decía su madre. Estaba bien lejos de esta gente y no tenía que temer a un ataque pero mejor era seguirle la corriente para descubrir quiénes eran y qué hacían.

–No es bueno embriagarse así lo dice el apóstol Pablo, pero el vino es bueno para la salud en poca cantidad decía mi madre... dime Pedro ¿a qué se dedican ustedes?

–Vivimos según los diez mandamientos y esperamos al Mesías. Somos una tribu de personas trabajadoras, adoramos a Dios con todo nuestro corazón y amamos al prójimo como a nosotros mismos.

–Son indios, son blancos o son negros ¿cómo son ustedes?

–Somos indios, ángel Gabriel, pero no nos mezclamos con los herejes.

El apóstol Pedro sabía que existían además de los indios los españoles. Sin embargo, ningún miembro actual de La Sagrada Tribu había visto a un peninsular jamás.

– ¿Y por qué si son indios ustedes hablan español?

–Dicen las tradiciones que nosotros hablábamos en siboney pero que el padre Almansa nos enseñó español. Eso fue en una lejana tierra llamada Fernandina. Dicen que cruzamos el mar que es como un río inmenso.

–Yo he visto el mar, pero es mucho más grande que un río y mucho más grande que muchos ríos. En estos días quiero ir.

–Usted puede porque es un ángel, pero nosotros no volamos, Señor.

–Yo lo sé Pedro, pero solamente podré volar hasta que se acabe la gasolina. Eso sucederá algún día.

–No sé qué quiere decir Señor. Dios ha permitido que usted vuele por muchos años.

Ángel Gabriel expresó sin reflexionar en las anteriores palabras:

–Pedro, es muy agradable hablar con un ser humano. Hace más de seis meses que no hablaba con nadie.

–Y a mí me ha gustado hablar con un ángel. Gracias por haberme elegido a mí.

–Tenemos que resolver el problema de las baterías pues cuando esa carga se gaste no podremos hablar más.

–Por Dios Señor, no me quite la gracia de hablar con usted. La tribu quiere tener noticias del Mesías.

Ángel Gabriel no comprendió del todo lo que Pedro le decía pero deseaba aclararle que tenía mucho interés en mantener la comunicación.

–Tengo muchas baterías recargables, pero supongo que usted no tenga electricidad. Le lanzaría algunas ya cargadas cada vez que vuele.

–No entiendo las palabras Señor. No sé qué son esas cosas.

–Las baterías son las que hacen funcionar al radio.

– ¿Qué es el radio Señor?

Ángel Gabriel se percató que iba a ser ardua la tarea para poder hablar con otros seres humanos.

–Ese aparato por el que hablas es el radio.

– ¿Quiere vuestra merced decir que esta cajita negra con luciérnaga roja se llama radio?

–Sí, y por él hablaremos siempre.

Ángel Gabriel le dio una larga clase a Pedro acerca del aparato. Le aconsejó que lo pusiera en lugar seco donde la lluvia no lo pudiera afectar y le pidió que colocara una vara con una banderola blanca en la copa del árbol para que él la viera desde lo alto y así lanzarle las baterías cargadas y que no se perdieran.

Ese mismo día Pedro fue a la gruta de meditación del padre Porfirio. Era uno de los tres que tenían derecho a perturbarlo en sus continuas oraciones. El cura enseguida preguntó:

– ¿Hablaste con el Arcángel?

–Sí, pero no le gusta que le digan arcángel. Prefiere que le digan ángel solamente. Dice muchas palabras angelicales que no entiendo y dice que cuando vuelva en forma de pájaro gigante me tirará algunas cosas para seguir hablando. A la caja mágica con la que puedo hablar con él le llama radio. Lo que me va a tirar se llama ataría, facería o algo parecido. Vengo a buscar un lienzo blanco que me mandó a colocar en lo alto de un árbol y quise verlo a usted antes para contarle la nueva.

–Hijo, no todo se puede entender de los seres divinos. Lo bueno es que conversan. Un día lo verás en persona. Por los años que he vivido he comprendido que los seres espirituales prefieren no mostrarse tal cual son. No sé por qué pero así ha sido siempre. Aunque hables por una caja negra con luciérnaga o use cualquier otra magia eres ya alguien que ha sido gracioso a sus ojos y posiblemente a los del Mesías. Ten paciencia con los ángeles, al igual que con los humanos hablando se entienden. Poco a poco hijo mío.